El chico de las múltiples confianzas.

Érase una vez, dos veces, tres veces. Estas fueron las ocasiones en que el chico salió de paseo por el mundo. El mundo. Es gracioso, irónico, sarcástico e incluso hipócrita la forma en que lo nombramos, como si de algo inmenso se tratara, algo sin principio ni fin, jamás terminado de explorar, infinito. Pero me temo que a la hora de cuestionarme qué es algo, o si existe el infinito, no sé responder. Y como es poco correcto hablar de lo que desconocemos, diremos, volviendo a nuestro protagonista, que tan solo vagaba. 

A este chico se le conocía como el de las múltiples confianzas, pues ese era el motor clave que hacía que la máquina que es el cuerpo e instrumentalizamos para vivir, morir o lo que sea que hagamos día a día, pudiese funcionar con algún fin, objetivo, meta. El chico de las múltiples confianzas. Él confiaba en que el Sol saldría siempre al día siguiente. Confiaba en despertarse, vivo para verlo. Confiaba en que contemplaría cada momento de su vida. Y no solo contemplarlo, escucharlo, olerlo, degustarlo, palparlo. Sentirlo. Confiaba en todo. En el bien que reside en el mal, en el mal que reside en el bien, en el azar y el destino entrelazados. Un chico que observaba las estrellas, confiando en el todo. O en todo lo que no debía confiar. Pues la única pieza que le faltaba, el centro gravitatorio de su confianza, no existía.

Así fue como el de las múltiples confianzas, confiaba en todo menos en sí mismo. Pero en su segundo paseo, el Sol salió por otro lado, las noches fueron días y los días fueron noches, el despertador no sonó para verlo. No veía, oía, saboreaba, tocaba ni olía la vida. Y entonces descubrió que el día en el que todas sus confianzas se alterasen, el día en que el Sol orbitara alrededor de la Tierra, en el que agradeciese el tiempo, los sentidos, la sensación de la vida, todo comenzaría a gravitar. Y podría decir que la tercera ocasión en que pasease, comprendería, diría e incluso aseguraría que paseaba por el mundo. 

Y esta es la historia del chico que no dio el tercer paseo. Del chico que paseó por la realidad. Del chico que pasea por el último paseo de todos. El paseo que no se da, el paseo de la no esperanza, del tiempo perdido, las horas muertas. El paseo de los demás, pero no yo. El no paseo. El no persona. El fin.

PD: Así descubrió que se le pasó la oportunidad de ser algo y entenderlo. Se le pasó la oportunidad de divisar el infinito, y afirmarlo.

Alberto Puntas.

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