(Érase una vez un chico que contemplaba su alrededor. Sumido
en un gobierno de ignorantes, estatal o social, en los pequeños y los grandes
ámbitos, este chico curioso y vivaz se sentía angustiado. ¿Cómo podía la
ignorancia gobernar sobre la razón? Este chico huía sin parar, de toda
sinrazón, de la que se habla con orgullo, de las personas
ignorantes que alardeaban de gobernar sobre la razón. Huía sin parar, pero era
el que menos corría, porque corría sumido en sí mismo.)
Se le cae el cielo, de lejos pesado,
y no le aplasta sino le socorre
de la mala suerte que sobre él corre
de discernir en sí taras, osado.
De aventurarse a descubrirse, osado,
y para huir de su ignorancia corre
que más altas han caído que esta torre,
si a veces nada, otras todo, ahogado.
Si se desahoga hace mal, no puede
sino enmendar lo que mal en sí cabe,
pues lo que mal en sí cabe hiere, imperfecto
y si de por sí ya lo es, imperfecto,
el voluntario errar hace que acabe
mal, sumido. Que el silencio se quede.
Alberto Puntas.
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