Vida. Vacío
y dolor. Cuando todas tus cicatrices se abren. Como cuando tropiezas con el
césped fresco y la tierra se esparce por todos lados. Y sin darte cuenta, te
has tirado toda la vida con las manos metidas en los bolsillos, mirando al
suelo y mordiéndote las uñas. Y cuando decides levantar la mirada, te
encuentras que no ves nada en tu camino, y que prefieres no mirar hacia atrás.
Prefieres no ensuciar la perspectiva del desconocimiento con ese dulce caos
característico del pasado, de la diferencia de los dos últimos segundos de
nuestra vida, de los trozos de camino señalados, robados, estropeados,
adornados. De las curvas, las cuestas arriba y las cuestas abajo. De las
pisadas de la gente que se quedó esperando a que volvieses a por ellos y se
cansaron de esperar. De las pisadas de la gente que decidió irse llevándose un
trozo de tu camino, o de las que decidieron arrancártelo de cuajo sin pedir
permiso. Y es que, la vida no es sino un camino, un camino en el que cojeamos
más de un pie que de otro, un camino en el que la forma en que te muevas al
andar puede influirte a ti, a los demás, o a los demás y por tanto a ti. Un
camino en el que hablamos de felicidad y libertad huyendo de ambas.
Felicidad. Hablamos de felicidad mirando
a la cara a personas que siguen esperando al otro lado de un bache de tu
camino, eligiendo una piedra y tropezando mil veces con ella, porque sí, y
punto. Tapándonos los ojos y dejando volar a la quimera del autoconvencimiento
de que una huella ya hecha y permanente
puede ser modificada con la facilidad y la rapidez con que el viento cambia de
dirección o una hoja toca el suelo.
Libertad. Libertad porque vemos un camino
peor que el nuestro, y nos metemos en
él. Libertad porque le cedemos el paso a pusilánimes por delante de nosotros en
nuestro propio y único camino. Libertad, por ese “adelante” y por ese “muchas
gracias caballero” que jamás se llegó a pronunciar. Libertad por esas manos que
tendimos, sin poder apoyarlas al caer. Y es que eso es la vida. Vacío y
decepción, de mejor no echar la vista hacia atrás y el gozo de la
incertidumbre.
Alberto Puntas.
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