Cruda diversión

Me divierto viendo a personas que van de duras. Me encanta imaginármelos, con la adolescencia que se les echa encima, con todos esos miedos e inseguridades desgarrando desde dentro.
Me divierto imaginándome hablando con ellos, desentrañando las marañas que bajo el tópico de hombre cortés y de mujer luchadora esconden, mientras nos intentan convencer de que nada acaba con ellos.
Me divierto descubriéndome en un engaño, en el pensamiento de que sería ridículo exteriorizar algo. En el engaño de que, dejando algo pudriéndose dentro, a veces no pasa nada y solo se fertiliza un campo yerto que acabará por florecer.
Me divierto viéndonos encerrados en una sociedad y encerrados en nosotros mismos, en nuestra hipocresía, en nuestra superficie, en nuestras corazas.
Me divierto haciendo equilibrios en esta estúpida punta del iceberg que empujamos haciéndonos más y más pesados para que se hunda por nuestro propio peso. Pero, imbéciles, se nos olvida que el que hace equilibrios también acaba por hundirse. O tal vez sucumbimos a la mentira propia.
Me divierto, yo que se, helándome mientras lucho por salir del agua, mientras sigo empujando la montaña para que no vea la luz y sigo impulsándome para no hundirme.
Me divierto en esta estúpida distensión de interferencias de intereses. Me divierto andando por la calle e imaginándome todo esto en las cabezas tercas que toscamente intentan ocultarse a los ojos de los más pusilánimes.
Me divierto cavilando en la más sincera soledad contemplándome en la misma situación que me divierte.

Me divierte hacer como que todo me divierte, y asumir que todos soportamos esto en la más sincera soledad.


Alberto Puntas.

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