Diario III

Martes, 23 de agosto de 2016
Intento acostumbrarme a ducharme con agua fría por la mañana y caliente por la noche. Parece ser que el agua fría suaviza la piel y te prepara para ponerte en marcha y el agua caliente relaja los músculos, calma el dolor de cabeza y ayuda a dormir. Procesos que llevamos a cabo para estirar el sentido que le damos a cada segundo de nuestra perecedera existencia. Bueno, en realidad no estoy seguro de la caducidad de nuestra existencia, pero pese a que esto es un tema que me ronda diariamente la cabeza, no es el intruso de esta noche.
Es que me cuesta tanto no hacer cosas mundanas sin empezar a buscar la metáfora. Por ejemplo, los espartanos se duchaban con agua fría para demostrar su valor. En todo caso, a mi más bien me serviría para encontrarlo. No sé si a todo el mundo le pasa, que cuando le envuelve el agua caliente, y se inunda en vapor casi como si se volatilizase, se para a observar. Cálido por fuera y frío por dentro. Totalmente al contrario que con las duchas frías.
Es decir, ¿de verdad la fortaleza está en parecer frío pero permanecer cálido? ¿no sería mucho más sensato, e incluso seguro, parecer cálido y permanecer frío?
Ojalá y todos los hábitos sanos para el cuerpo, lo fueran igual para la inquietud.

Alberto Puntas.

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