Huele a cielo abierto y me estoy muriendo de hambre de mundo. Iba andando por las calles, el vaquero era el rey de la pista. Volvíamos de Brick Lane después de una catarsis, ¿era ese mi lugar en el mundo? Un asiático, una negra, alguien de Singapur, un grupo de chavales pasándolo bien, las zapatillas de deporte en todos los pies. Cascos, miradas al frente, un vaso de Starbucks en la mano. El metro quieto, pero todo el mundo hace algo. Libros, ebooks, móviles, periódicos. Todos iban y venían y yo había pagado mi entrada al espectáculo. Giras una esquina. Cinco rascacielos. Todos van en traje y las zapatillas de deporte siguen ahí, y cada uno va en su pompa, disfrutando de su individualidad y paseando por Londres.
Se respira lo urbano y yo me voy de la mano de mi novio al parque más cercano. Entras y piensas, ¿dónde ponía que salíamos de la ciudad? Perdido por el campo con los animales, las deportivas aún siguen ahí. No es tan fácil huir de lo urbano. Pero es que así es casi que mejor. Los indies de Brick Lane, los alternativos de Camden Town, los ejecutivos de la City, todos en comunión entre patos y cisnes. Yo, en medio. Perros, ninguno:
-¿Te has fijado que no hay perros?- me dice mi novio,
-¿Pararías en tu casa estando aquí?- respondo, en medio de una ensoñación underground.
Son dos chavales de 20 años unidos a la moda londinense, con sus chaquetas vaqueras, sus pantalones vaqueros y sus deportivas, andando con su mochila a cuestas. Es el disfraz local. Les pega una banda sonora de lo-fi hip hop. Sueñan con una vida allí, con tomarse un café andando por Hyde Park, ir todos los domingos a Brick Lane, comprarse todos los meses un disco de un grupo que nadie conoce en Rough Trade, ir en tube a todos lados. El pequeño parece mayor, pero está seguro que ha encontrado su sitio en el mundo. Londres. Estábamos destinados a conocernos, no sabía que era eso lo que buscaba. Un universo de deportivas y cascos, todos leen de aquí para allá, y yo hago como que soy uno más. Los oídos inundados de ese inglés urbano, “no se entiende” me comenta mi novio, “cierra los ojos y escucha” le digo yo. Es Londres, hablándote en vivo y en directo, grita que te quedes, que tiene todo lo que necesites. Tiene un parque, un mercadillo, un grupo de personas para ti, una chica que va sola por la calle con su falda por los tobillos, las eternas sneakers y sus cascos, para que te la imagines escuchando la misma música que tú y lo escribas aquí. Es Londres y sus mil culturas, sus rascacielos y sus paseos, sus ejecutivos trajeados sacados de las películas de los domingos de antena 3 y sus patos viviendo en una isla en medio de un parque. Es Londres. Cierro los ojos, aún sigo allí y no sé si algún día conseguiré volver.
Se respira lo urbano y yo me voy de la mano de mi novio al parque más cercano. Entras y piensas, ¿dónde ponía que salíamos de la ciudad? Perdido por el campo con los animales, las deportivas aún siguen ahí. No es tan fácil huir de lo urbano. Pero es que así es casi que mejor. Los indies de Brick Lane, los alternativos de Camden Town, los ejecutivos de la City, todos en comunión entre patos y cisnes. Yo, en medio. Perros, ninguno:
-¿Te has fijado que no hay perros?- me dice mi novio,
-¿Pararías en tu casa estando aquí?- respondo, en medio de una ensoñación underground.
Son dos chavales de 20 años unidos a la moda londinense, con sus chaquetas vaqueras, sus pantalones vaqueros y sus deportivas, andando con su mochila a cuestas. Es el disfraz local. Les pega una banda sonora de lo-fi hip hop. Sueñan con una vida allí, con tomarse un café andando por Hyde Park, ir todos los domingos a Brick Lane, comprarse todos los meses un disco de un grupo que nadie conoce en Rough Trade, ir en tube a todos lados. El pequeño parece mayor, pero está seguro que ha encontrado su sitio en el mundo. Londres. Estábamos destinados a conocernos, no sabía que era eso lo que buscaba. Un universo de deportivas y cascos, todos leen de aquí para allá, y yo hago como que soy uno más. Los oídos inundados de ese inglés urbano, “no se entiende” me comenta mi novio, “cierra los ojos y escucha” le digo yo. Es Londres, hablándote en vivo y en directo, grita que te quedes, que tiene todo lo que necesites. Tiene un parque, un mercadillo, un grupo de personas para ti, una chica que va sola por la calle con su falda por los tobillos, las eternas sneakers y sus cascos, para que te la imagines escuchando la misma música que tú y lo escribas aquí. Es Londres y sus mil culturas, sus rascacielos y sus paseos, sus ejecutivos trajeados sacados de las películas de los domingos de antena 3 y sus patos viviendo en una isla en medio de un parque. Es Londres. Cierro los ojos, aún sigo allí y no sé si algún día conseguiré volver.
Alberto Puntas.
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