Por qué decidí ser libre de mi mismo

Hace poco en el bus que me lleva a Granada pensaba sobre mi estado de ánimo en general. Mi psicóloga un día me dijo que hay que encontrar un valor en la vida. Explico esto; si no entendí mal, un valor es una meta que no se llega a alcanzar nunca, pero que siempre estamos intentando alcanzar. Entonces, cuando no sabemos qué hacer o nos sentimos desmotivados, cogemos ese valor como muleta y seguimos adelante. Me mandó pensar el mío y decírselo la semana siguiente. Lo cierto es que lo que le dije en aquel momento lo sigo pensando y lo mantengo.
Suelo darle vueltas, sobretodo, a buscar la forma de optimizar mis sentimientos y mi bienestar. Con ella aprendí que la actividad es esencial. El sedentarismo y los pilotos automáticos, en mi caso, solo hacían que lo bueno no fuese tan bueno y lo malo siguiese siendo igual de malo. Esto caló muy dentro de mi y al final me llevo a buscar la forma de estar siempre ocupado. Sin embargo, los extremos no son buenos y terminé muy agobiado y sin tiempo en el día para hacer todo a lo que yo me quería dedicar.
Llegado a este punto, empecé a vivir una nostalgia muy profunda por mi infancia, la desocupación y el tiempo libre que tenía entonces. Llevo un tiempo reflexionando sobre cómo puedo extrapolar eso al presente, compaginarlo con la universidad, vivir fuera y el resto de responsabilidades. Siempre tengo en la cabeza hacer las cosas lo mejor posible, aprovechar mi tiempo al máximo y disfrutar de lo mejor que haya a mi alcance y ver mi tiempo pasar recordando que una vez tuve auténtica diversión y ahora no es así me daba muchísimo que pensar y me preocupaba.
Otra cosa que no tenía entonces: internet. Parece una tontería, pero juega un papel importante en la manera en que le doy vueltas a las cosas. Tener tan a mano tanta información me hace dejarme llevar siempre por las opiniones que escriben, por los análisis, por la crítica. Todo eso suma capas a la experiencia y al final vivo todo con un poco de distancia, siempre con el ojo puesto a la vez en lo que vivo y en como dicen que iba a vivirlo. Sin olvidarnos de que todo el mundo tiene una opinión, quiero decir, que no solo pienso en cómo debería vivir las cosas y en como dicen que iba a vivirlas, sino en cómo dirán que las viví. Esto es una locura y solo pasa en mi cabeza, es un Óscar a la película que me he montado y me sale tan bien que me la creo casi siempre. Todo esto hace callo en mis sentidos, voy perdiendo sensibilidad, disfruto de menos y es frustrante.
Me gusta cuidar de que lo que vivo lo haga siempre con pureza de sentimiento, que no esté contaminado por causas ajenas a mi como las expectativas, los prejuicios o las interrupciones, simplemente dejar que mis sentidos reciban y procesen la información pura, y llorar con algo si me nace, o reír, o enfadarme, pero de manera espontánea e imprevista. Me parecen momentos mágicos y me gusta pensar que los persigo. Este es el dilema que se me plantea; lo que más me gusta entra en conflicto con lo que vivo en mi cabeza.
Esto iba pensando en el bus a Granada cuando cerraba el libro de Juego de Tronos que me había vuelto a empezar ese mismo día. Era la segunda vez que lo empezaba, pero notaba algo distinto. Lo estaba viviendo con más pureza y me estaba gustando más. Lo leía con más ganas y me estaba gustando genuinamente, mientras que la primera vez iba leyéndolo sabiendo que el tercer libro era el mejor: todo el mundo lo decía. Entonces pienso en qué diferencia lo que hice la primera vez de lo que he hecho ahora. Leer forma parte de lo que hago para no caer en la inactividad, así que intento estar siempre leyendo algo. En aquel momento me compré el libro porque, por una parte me había leído el anterior y en todos lados lo ponían de obra maestra, y por otra entraba en un sorteo que me interesaba mucho, así que vi la oportunidad y la aproveché sin pensarlo mucho. Sabía que me iba a gustar porque me habían gustado los anteriores, y porque era el mejor libro de la saga, todo el mundo lo decía en internet, y la gente a la que se lo había contado coincidía. Me lo empecé porque estaba recién comprado, pero en realidad no era el momento, fue algo que me impuse para convencerme de que había valido la pena hacerme con él, y para formar parte de las personas que lo habían leído y opinaban que era un libro buenísimo.Pero esta vez me lo he empezado porque sí, tenía otras cosas que leer y me apetecía coger justo este libro y leérmelo. Lo he vuelto a empezar desde el principio y lo estoy disfrutando de verdad.
Entonces pensé que no tengo porque ser esclavo de mis palabras y fiel totalmente a lo que digo, y haciendo uso de la potestad que tengo sobre mis actos y mis pensamientos, con cuidado, he decidido que a partir de ahora tengo otro valor: ser libre. No libre como de que nadie me ate, como siempre se habla de la libertad. Libre de mi mismo, libre de hacer lo que quiera pese a lo que ponga en internet y a lo que digan, y a la vez he caído en una de las razones por las que añoro mi infancia, y en una de las primeras cosas que pienso incorporar a mi vida. Cuando eres pequeño, cruzas el paso de peatones corriendo con alguien persiguiéndote a voces, te montas en todo con lo que te cruzas, dices lo primero que se te pasa por la cabeza y haces lo que te va viniendo en gana. ¿La esencia de todo esto? Hacer lo que te apetece cuando te apetece. Esta curiosidad desmedida y puramente auténtica que dejamos volar sin ataduras nos da a cambio una diversión y una satisfacción desmesurada. Esto es parte esencial de la infancia. Esto, con cabeza, es una de las llaves de la libertad. Por eso ahora disfruto más de mi libro que antes, porque me da la gana.

Alberto Puntas.

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