Otra noche que no me puedo dormir sin darle voz a mis pensamientos. No es cosa mía, ellos me gritan y me imploran que los saque de ahí, haciéndose cada vez más ruidosos, imponiéndose. Yo soy más de ignorarme hasta que no puedo más. Últimamente es la tónica de cada noche.
Es que al final me toca aceptarme con mi insomnio, con el olor a café por las mañanas y los pelos con los que voy a clase. Es parte inherente de mí, ese soy yo. El orden que le imprimo a mi vida es algo artificial que me ayuda a conseguir mis metas. Me ha costado mucho llevarlo a cabo y darle sentido a todo, trazar un camino y perseguirlo. Ahora simplemente me toca desaprender.
Es como cuando aprendes a bailar. Al principio pones toda tu cabeza en cada paso, todo está meditado, estás aprendiendo y no puede haber un error. Pero a la hora de la verdad tienes que mandarte a callar y dejar que cada ápice de tu cuerpo hable por ti todo lo aprendido, desaprender a bailar y quedarte con lo que sabes. Decírselo al mundo. Sigo siendo como antes pero ahora me muevo genial.
Me he quedado atascado en mitad del camino entre el querer y el poder. Sé que quiero, y quiero saber, puedo querer y puedo saber que quiero, pero sin querer, no puedo. Es un bucle que me estruja la cabeza y me hace olvidar que todo esto eran capas de una cebolla que ya lloraba desde que era solo un brote.
Sigo siendo el niño de los porqués, el curioso redomado que se pregunta por las preguntas que nadie se pregunta pero todo el mundo se ha preguntado alguna vez. Soy el chaval sensible que no puede evitar chillar que quiere a todo el mundo con histeria, que no sabe contener todo lo que siente porque siente con una fuerza y una intensidad irrefrenable. Soy el joven que fue consciente de sus sueños y de lo que cuesta llevarlos a cabo, y decidió tirar para adelante.
Soy todo eso y no solo un bucle de pensamientos. Soy un desastre muy bien ordenado, bien planeado, que salió mal. Un fracaso venido a menos que por desgracia fue un éxito. Soy una canción mal cantada que se hizo famosa porque suena bien a todo el mundo menos a quien la canta. Soy un baile hecho con articulaciones oxidadas por pasar noches a la intemperie. Soy todo lo que se me va ocurriendo, cada vez más complicado para autoconvencerme de que al final el único que me entiende soy yo y perder la esperanza de que alguien más me entienda. Al final es lo que me gusta, sentirme único e incomprendido para tener algo que escribir y pensar que nadie será capaz de leer entre líneas todo lo que tengo que decir.
Lo mejor es que ni siquiera yo sé que es lo que escribo entre líneas. Solo me gusta ponerlo complicado y ponérmelo complicado. De eso va la cosa, de coger lo fácil y hacerlo difícil por si acaso se te había escapado el pequeño detalle de que el tiempo pasa por ti y no tu por él. Como ese sueño que te despierta en mitad de la noche, esa persona cepillándose los dientes lo suficientemente fuerte como para despertarte antes de la cuenta o la media hora que se te ha colado entre alarma y alarma. Son tonterías que acaban por desquiciarte, pero que estás condenado a no decir en voz alta para que no te tomen por loco.
Pero es que estoy loco, a quien quiero engañar. Me gustan las dudas, me gustan los retos, me gusta reinventarme y redescubrirme, me gusta encontrarme solo para después perderme y montarme el drama del eternamente incomprendido. Y aunque todos los días siga levantándome despeinado y me vuelva a oler el aliento a café y siga durmiendo un par o tres de medias horas de menos, sigo pensando que ese no soy yo gritándome que estoy aquí. Me pido ayuda y salgo corriendo, me dejo tirado y me rio de mi mismo mientras lloro porque realmente necesito ayuda. Es increíble porque nadie me comprende menos que yo mismo, aquí no hay nada escrito entre líneas y tampoco es tan difícil de entender. Solo es una persona haciéndose de rogar para siempre, porque ese es su hábitat natural. Tan aficionada a los retos, que se hizo uno.
Es que al final me toca aceptarme con mi insomnio, con el olor a café por las mañanas y los pelos con los que voy a clase. Es parte inherente de mí, ese soy yo. El orden que le imprimo a mi vida es algo artificial que me ayuda a conseguir mis metas. Me ha costado mucho llevarlo a cabo y darle sentido a todo, trazar un camino y perseguirlo. Ahora simplemente me toca desaprender.
Es como cuando aprendes a bailar. Al principio pones toda tu cabeza en cada paso, todo está meditado, estás aprendiendo y no puede haber un error. Pero a la hora de la verdad tienes que mandarte a callar y dejar que cada ápice de tu cuerpo hable por ti todo lo aprendido, desaprender a bailar y quedarte con lo que sabes. Decírselo al mundo. Sigo siendo como antes pero ahora me muevo genial.
Me he quedado atascado en mitad del camino entre el querer y el poder. Sé que quiero, y quiero saber, puedo querer y puedo saber que quiero, pero sin querer, no puedo. Es un bucle que me estruja la cabeza y me hace olvidar que todo esto eran capas de una cebolla que ya lloraba desde que era solo un brote.
Sigo siendo el niño de los porqués, el curioso redomado que se pregunta por las preguntas que nadie se pregunta pero todo el mundo se ha preguntado alguna vez. Soy el chaval sensible que no puede evitar chillar que quiere a todo el mundo con histeria, que no sabe contener todo lo que siente porque siente con una fuerza y una intensidad irrefrenable. Soy el joven que fue consciente de sus sueños y de lo que cuesta llevarlos a cabo, y decidió tirar para adelante.
Soy todo eso y no solo un bucle de pensamientos. Soy un desastre muy bien ordenado, bien planeado, que salió mal. Un fracaso venido a menos que por desgracia fue un éxito. Soy una canción mal cantada que se hizo famosa porque suena bien a todo el mundo menos a quien la canta. Soy un baile hecho con articulaciones oxidadas por pasar noches a la intemperie. Soy todo lo que se me va ocurriendo, cada vez más complicado para autoconvencerme de que al final el único que me entiende soy yo y perder la esperanza de que alguien más me entienda. Al final es lo que me gusta, sentirme único e incomprendido para tener algo que escribir y pensar que nadie será capaz de leer entre líneas todo lo que tengo que decir.
Lo mejor es que ni siquiera yo sé que es lo que escribo entre líneas. Solo me gusta ponerlo complicado y ponérmelo complicado. De eso va la cosa, de coger lo fácil y hacerlo difícil por si acaso se te había escapado el pequeño detalle de que el tiempo pasa por ti y no tu por él. Como ese sueño que te despierta en mitad de la noche, esa persona cepillándose los dientes lo suficientemente fuerte como para despertarte antes de la cuenta o la media hora que se te ha colado entre alarma y alarma. Son tonterías que acaban por desquiciarte, pero que estás condenado a no decir en voz alta para que no te tomen por loco.
Pero es que estoy loco, a quien quiero engañar. Me gustan las dudas, me gustan los retos, me gusta reinventarme y redescubrirme, me gusta encontrarme solo para después perderme y montarme el drama del eternamente incomprendido. Y aunque todos los días siga levantándome despeinado y me vuelva a oler el aliento a café y siga durmiendo un par o tres de medias horas de menos, sigo pensando que ese no soy yo gritándome que estoy aquí. Me pido ayuda y salgo corriendo, me dejo tirado y me rio de mi mismo mientras lloro porque realmente necesito ayuda. Es increíble porque nadie me comprende menos que yo mismo, aquí no hay nada escrito entre líneas y tampoco es tan difícil de entender. Solo es una persona haciéndose de rogar para siempre, porque ese es su hábitat natural. Tan aficionada a los retos, que se hizo uno.
Alberto Puntas.
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