El mito del smartphone de Platón




Los que me conocen saben que soy de todo menos constante. Puedo dar varias explicaciones. La matemática, que dice que las funciones constantes son las únicas con derivada cero, esto es, que no varían, no se inmutan, están en el mismo punto para siempre. La quietud es para la verdad, y la verdad para los que la buscan. Yo busco otras cosas.
La física, va por el mismo camino. Para los físicos, un objeto que se mueve a velocidad constante tiene el mismo comportamiento que uno que está quieto dinámicamente hablando. Es decir, hacer lo mismo todo el rato, es lo mismo que no hacer nada. A buen entendedor…
La mía: me aburre. Me aburre hacer lo mismo demasiado tiempo. Otros, sin embargo, dirían que me aburre hacer lo mismo el tiempo suficiente. Pero, ¿suficiente para qué?
Todo esto viene a darme la tranquilidad de decir que me ha dado por los podcast sin comprometerme. Un podcast es a la radio lo que youtube es a la televisión. Escucho podcasts de todo tipo, historia, filosofía, cultura, el juego de ordenador al que estoy enganchado. Me encantan. Me ha redescubierto la voz humana como una obra de arte, porque hay voces que pintan el aire, voces que paran el tiempo y voces que mecen. En fin, que estoy encantado con los podcasts. Además, llevaba con la misma lista de reproducción desde primeros de año y necesitaba cambiar de aires. Arrancamos.
Escuchaba hoy un capítulo de Los culturetas de Onda Cero donde entrevistaban a Mario Vargas Llosa. No he leído nada suyo aún, pero porque nos encontramos cuando andaba por otros derroteros. Huelga decir que estoy esperando ese clic que hace la cabeza que te orienta inevitablemente hacia un estilo o una obra en concreto. No me faltan las ganas. Escuchar hablar a un premio Nobel de la literatura me ha parecido un gustazo. Como maneja los silencios para escoger cuidadosamente las palabras, su cadencia al hablar, es magia, como si escribiese en el aire lo que su boca dice. Me he quedado embobado escuchándolo. Espero ávido ese clic cerebral.
Hablaba de su último libro, Tiempos recios editado por Alfaguara. En él trata de una época complicada en América Latina, muy política y de gran revuelo donde una de las pocas democracias era abatida por un golpe de estado orquestado por la CIA, en plena guerra fría y lucha de EEUU contra el comunismo. Escucharlo a él hablando del tema es mucho más interesante que leerlo en diferido. Entonces le preguntaban sobre si un escritor debe tener muchos o pocos escrúpulos a la hora de tratar acontecimientos históricos en su obra. Y tajante, respondía: “Ninguno”.
Su argumento me pareció brillante y basta pararse a pensarlo para darse cuenta de su obviedad. Adujo que cuando alguien abre una novela, la abre sabiendo que lo que allí va a encontrar es ficción. Sin embargo, cuando abre un libro de historia, sabe que lo que allí va a encontrar son hechos. Entonces, la responsabilidad a la que se debe restringir el autor, es a respetar los hechos principales por el simple hecho de captar la atención del lector y no perder su credibilidad. Me parece asombroso.
Entonces, pensé en lo mal que lo paso con las redes sociales. Hace poco me abrí instagram, o más bien me lo volví a abrir. Tres días. Ese es el tiempo que he tardado en recordar por qué no frecuento las redes. Pero escuchando a Vargas Llosa me encontré contradicho. Una de las razones por las que no me gustan es por la poca autenticidad que se estila. Casi todo el mundo, sobre todo de mi generación y próximas, va allí no a enseñar partes de sí mismo o compartir gustos o aficiones, sino a proyectar una imagen. Una imagen de cómo le gustaría ser percibido por los demás. No es descabellado teniendo en cuenta que hasta la Iglesia una vez cobró por los indultos y funcionó. La gente siempre ha estado deseosa de proyectar una imagen agradable, de deshacerse de las impurezas y obrar según “lo bueno”, “lo correcto” o “lo común.
Sin embargo, por lo mismo que dice Vargas Llosa habría que ponerse las gafas de lo ficticio para mirar una red social y darse cuenta que cuando vas a abrirla no vas a conocer a una persona. Vas a ver lo que esa persona quiere que veas. Podrías preguntarle sobre si se deben tener muchos o pocos escrúpulos a la hora de ajustarse a la realidad de cómo uno es, y esperar la aplastante respuesta: ninguno. Las redes sociales no son entonces más que novelas, la historia que nos contamos a nosotros mismos de lo que quisimos llegar a ser. La historia que le contamos a la gente de quiénes queremos aparentar ser. Visto así, tampoco debería enfadarme. Al fin y al cabo, es pura ficción, pura imagen. El brillo del móvil no se convierte entonces en otra cosa que en la fogata que había dentro de la caverna de Platón.
A mi todo esto me parece genial, pero no sé si por rebelde sin causa o por soledad autoimpuesta, no me termina de convencer. Sin embargo lo de Vargas Llosa me parece de lo más coherente. Será que para mi, la personalidad de las personas escapa al plano de lo real, hacia un plano que, definitivamente, está mucho más alejado e inalcanzable. La historia pasa, y el pasado queda quieto. Las personas no. Lo constante es aburrido. No para mi; para lo humano. Así que espero que a todo el mundo se le pase.
A mi también. Saludos cordiales.
Alberto Puntas.

Alberto Puntas.

Ko-fi: Donación por el precio de un café. Accede aquí y haz click en commissions.

Patreon: elpuntilloso

Instagram: @elpuntilloso

Facebook: El Puntilloso

Canal de Telegram: https://t.me/elpuntilloso


Comentarios