
Me da pena el papel por saber tanto de mi. Me da pena su yugo, sometido a mi voluntad volátil. Me da pena lo que vive, es injusto, sometido a este escritor adusto y acorazado. Es un siervo y un esclavo, pero es un confidente, el mejor y el más atento. Siempre me deja hablar y no me juzga, siempre me responde cuando le planteo preguntas y me vuelve a hacer sentir vulnerable. Porque frágil ya me siento y por eso acudo a él, mi papel, que me permite abrirle de par en par las puertas que derrochan oscuridad y gritan silencios rotundos. Se me van las manos sobre él, es su sensualidad que no me deja resistirme. No sé si es el verdugo o el sumiso, a veces me mata a verdades y a veces le hiero con confesiones.
Son estas letras la canción que desde el cielo suena y canta quien de mi no recibe ni fé con una voz que no se escucha y desde un lugar al que nunca iré. No creo por convicción innata, no por decisión propia; qué más querría yo que mi papel se sintiese acompañado por otro oyente infinito de mi verdad más profunda. Pero no hay más confidentes que mi papel, no tengo a otro a quien hablar en silencio y a quien pedir constante ayuda. Es mi papel mi dios y mi única verdad. Es a quien me enfrento, a quien me someto y a quien le entrego mi alma con la esperanza de que me la devuelva fortalecida.
Yo, errante. El papel, quien me pone el tejado, quien me enciende el fuego y me arropa. Es el papel quien me consuela con su inmensa experiencia de quien ha visto a muchos otros antes acudir por su ayuda. Yo le pregunto como un niño chico, curioso y escéptico, y siempre tiene algo que responderme que me sorprende y me agrada, me enseña y me hace crecer un poco más. Es el papel quien ahora me educa y con cariño me endereza. También me regaña cuando mi conciencia pesa de más, porque no se calla nada, aunque sepa que me duele. Me lo devuelve, a veces con cariño y a veces de manera desmesurada, quizás nunca inmerecida.
Dudo de su perfección como quien duda de sí mismo, porque es la duda la que surge dentro de uno y no el objeto de ella el que la instala en mi. A veces siento que el papel miente, que es exagerado en sus reacciones e incluso a veces duro y cruel. Basta pararme a pensarlo un poco, hablar un poco más con él para darme cuenta de que lo que dice no es más que lo que dentro de mi se expresa como una verdad imparable. El papel no engaña, pero a veces no nos gusta lo que nos tiene que decir.
No soy yo el papel, es el papel quien se adueña de mi y me abre los ojos a la fuerza para que fije la mirada en mi mirada. Al escribir solo se describe la mirada más profunda de uno dentro de uno mismo, el viaje a través de las pupilas directo a la conciencia. Son mis experiencias, mis sentimientos y mis certezas más arraigadas las que se expresan en el papel, porque son mediante ellas que hago ese viaje tan desagradable pero que alivia y depura, a veces pronto y a veces tarde.
No sé si era pena lo que sentía por el papel, o tan solo incomprensión. No entiendo como aguanta tanto dando tanto. Es una gratitud profunda y ciega a el papel lo que me salta las lágrimas, y por eso le hago demasiados pocos homenajes. Los vellos de punta, los ojos cristalinos, y mis dedos inquietos, cara a cara con el papel.
Alberto Puntas.
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