
Soy un desastre ordenado, un crimen organizado y una víctima de la vida misma. Mi vida como universitario (hasta ahora), aquí:
Entro en primero de física con toda la ilusión del mundo. A los dos meses vienen los exámenes, y me doy cuenta que las únicas asignaturas que he disfrutado durante el curso y con las que no me dan ganas de estrellar los libros son análisis matemático y álgebra lineal. Hago mis primeros exámenes, los resultados son representativos de la realidad. A los dos meses, tras siete de curso, entro en depresión. Varias semanas de depresión me llevan a pensar que efectivamente, no estoy en el lugar que quiero estar.
Matemáticas es mi próximo destino. Aunque no sea nada traumático para otros, para mi cambiarme de ciudad era todo un reto. Tradiciones y relaciones familiares arraigadas y una pareja más que consolidada se relegaban a los fines de semana para permitirme vivir en mi lugar en el mundo. Decido vivir solo porque no me agradaba la idea de convivir con desconocidos. Por si fuera poco, un error informático me arrastra al turno de tarde: toda mi vida del revés. Sin embargo en lo académico me siento libre y liberado, siento que he encontrado mi lugar en el mundo. No todos los profesores están a la altura de mis expectativas, dejo de ir a un par de asignaturas que me decepcionan pero todo va bien. Estoy contento, pero al volver a casa estoy solo. La inmobiliaria me estafa subiéndome a cifras desorbitadas las facturas del agua y la luz de mi estudio. Decido apuntarme al gimnasio por primera vez en mi vida, y encuentro un remanso de paz absoluto. Inesperado, soy lo que en inglés se denomina coach potato. Entonces dejo atrás el sofá-cama en una de las calles más ruidosas de Granada y decido irme a compartir piso.
Segundo año de matemáticas. Todo es raro, estoy en un piso con dos desconocidos, acostumbrado a comer y cenar solo, a vivir solo, a que el ruido y la organización de las tareas den absolutamente igual. Además, la dificultad de las asignaturas se eleva bastante, aunque todavía me puedo permitir dejar de ir a las clases de los profesores que no me gustan. Sin embargo, tengo que ir un par de veces a despachos de profesores a preguntarles de qué van las asignaturas porque llegado un punto estoy totalmente perdido y sobrepasado. Redirijo el barco, remo con el viento y acaba saliendo todo bien. El gimnasio me tiene enamorado, y decido suplir la falta de motivación y el machaque constante de la carrera con el crossfit. He vivido toda mi vida convencido de que estoy hecho para superar retos, y la carrera se había vuelto más en una batalla encarnecida entre los profesores y yo que en un reto. El crossfit suplía a la perfección esa necesidad de sentir que me superaba a mi mismo, esos retos.
Al cambiar de asignaturas cambian también todos mis compañeros de piso menos uno. La complicidad se va fraguando, al igual que mi hartazgo por una carrera donde los profesores tienen complejo de dios y están convencidos de que si no eres tonto, debes sentirte como tal. De nuevo cinco nuevas asignaturas, otras dos con las que me siento totalmente sobrepasado. No sé seguir el ritmo de la carrera y sin embargo con la constancia a rastras y la motivación sacrificada salgo adelante. Llega verano en medio de un insomnio que no acaba: intentando suplir mi desmotivación por la carrera con mil cosas para ser feliz, las 24 horas del día se me habían quedado cortas. Estudiaba a destajo, y me hacía tan infeliz que también aprovechaba el tiempo libre a destajo. Entonces vinieron las noches de un par de horas o tres. No entendía nada de mi vida, pero mi disposición a no volver a caer en una depresión o de volver a sentir que no estaba en mi sitio me hacía ignorar por completo lo que me ocurría y tirar adelante. Con la tranquilidad del verano y las noches en vela, decido dar “cierta” tranquilidad a mi vida y dejo crossfit. Ayuda pero no soluciona, hasta que me voy un mes a la playa y el sonido constante de las olas y la despreocupación hacen de terapia.
Tercero de matemáticas. En mi piso todo es familiar. La complicidad se convierte en amistad con el compañero de piso que me acompaña desde el principio, y aun conservo dos amistades desde el primer año. Vuelvo a terapia psicológica y en tan solo una semana vuelvo a dormir, a base de suprimir la mitad de las cosas que hacía. Mis días ahora son estudiar, gimnasio y dormir. La carrera se ha adueñado de mi vida, ya no puedo huir de ningún profesor. Las asignaturas escapan a veces hasta del entendimiento de los que nos las enseñan. Uno de mis profesores nos recomienda dedicarle tan solo a su asignatura cuatro horas al día. Sumándole cinco horas de clase y otras cuatro asignaturas más, eso son tres meses en los que no he hecho otra cosa que estudiar. Las matemáticas siguen siendo mi lugar en el mundo pero la carrera no. Estoy asqueado, mi vida social se reduce a la nada, y lo que hace que mi salud mental se mantenga por
fin a flote es la desocupación y el gimnasio. Entonces me planteo que esto no es ser feliz. Las matemáticas no me hacen feliz. No quiero trabajar de esto, porque todos piensan que en matemáticas esto es lo normal: sentirte sobrepasado y no abarcar nada. De cinco asignaturas busco ayuda en cuatro y no me gusta ninguna. La sensación a veces de que ni siquiera los profesores saben lo que dicen me da la sensación de que esto no es para mi, porque eso es lo que son las matemáticas: un reto tras otro, para todos los que las ejercen.
Crisis existencial. Llevo toda mi vida pensando que estoy hecho para los retos. Huí de ciertas pasiones como la medicina o la economía cuando era muy pequeño porque pensaba que me llevarían a trabajos monótonos. No he querido jamás la monotonía, sino vivir en el caos y la turbulencia de una vida difícil pero satisfactoria. Sin embargo, temo que todo esto haya sido la necesidad de demostrarme que tengo algo que aportar. Creo que haber huido de lo arriesgado como la música, la escritura y la filosofía ha sido algo sensato y cobarde. He apostado por retarme a mi mismo y demostrar que estoy a la altura pensando que sería satisfactorio. Lo fue, pero llegado a un punto, me dí cuenta de que no se pueden superar retos a cualquier precio. No se puede ignorar lo que uno es y lo que uno tiene que expresar tan solo por encontrar un trabajo que reporte un gran beneficio y para el que tan solo unos pocos estén preparados. Porque música, literatura y filosofía hacen muchos y matemáticas pocos, pero con las matemáticas no se explica como se ponen los vellos de punta al escuchar tu canción, la empatía que puedes llegar a sentir por un personaje de un libro o la inquietud que despierta la idea de “dios” en el ser humano.
Un teorema es un sudoku, y un poema es un poema. Me he sentido tanto tiempo tan satisfecho resolviendo los sudoku más difíciles, sintiéndome uno entre unos pocos. Pero ya sé como se hacen, y que todos son iguales e igual de difíciles. No quiero ser de los pocos que saben hacer esos sudokus, aunque sean de los hobbies que mueven la ciencia, el pensamiento y la verdad lógica del ser humano. Quiero ser de los muchos que se estremecen, sienten y cuentan cómo sienten. He confundido durante tanto tiempo ser de ciencias con ser crítico… En mi cabeza no dejan de surgir preguntas, constantes, sobre el porqué de todo, el origen último y la causa primera. Las matemáticas responden a todo esto con respecto a la realidad, y por eso he acabado aquí, porque yo era de ciencias. Pero las matemáticas no hablan de dios, la belleza, la realidad o la identidad.
Quizás sea culpa del sistema, culpa mía o de los docentes que me han dado clase. Me he emborrachado de matemáticas, y la resaca está siendo de esas que duran tres días y medio. Ahora solo espero que se acaben pronto, para llevar este blog decentemente, escribir un libro, empezar a estudiar filosofía y abrirme un canal de youtube. Soy demasiado aleatorio para algo tan determinista y formal. Yo pertenezco al mundo del pensamiento. Las matemáticas son parte inherente de mi, pero por desgracia aunque no tarde, me he dado cuenta de que yo no formo parte de las matemáticas.
Alberto Puntas.
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