
Una columna de humo se eleva a mi izquierda mientras el bus traquetea camino a Córdoba y me inundan los recuerdos. Es un buen viaje el de vuelta a casa. Llevo nuevas decisiones tomadas y siempre la compañía de la nostalgia, que se agudiza con el tiempo. Lo de la columna de humo tiene su gracia. Era mi hermana pequeña cuando daban en clase el funcionamiento de la industria y fotos de chimeneas grandes llenas de humo ilustraban el libro. Entonces hicimos un viaje no recuerdo a donde, y pasamos por un polígono industrial bastante grande, lleno de columnas de humo. Ella se emocionó mucho por ver que no tan lejos también había columnas de humo y lo
celebró con nosotros con mucho ruido. Es algo característico de ella el ruido a mi parecer, o será que somos tan diferentes que manejamos lenguajes distintos. A mi me molestó bastante todo el ruido, porque yo me sabía mayor, ya sabía que lo de las columnas de humo era algo común e incluso banal. Permanece inmutable mi capacidad de disfrutar de las cosas en silencio y mi afinidad por la lágrima saltada y el vello de punta frente a la narración de lo que se celebra. Al contrario, ahora incluso animaría a mi hermana a celebrarlo. Con la edad te das cuenta que banal
hay poco, menos aún que conozcamos.
He dejado de disfrutar la universidad. Ni vellos de punta, ni lágrimas soltadas. Más bien lágrimas derramadas por la presión de temarios infinitos en instantes de inmediatez. Dije que me había emborrachado de matemáticas. Ha sido tal la resaca que hasta me planteé seriamente dejar la carrera a año y medio de acabarla. Menos mal que una noche o dos de sueño reparador y tener cerca a quien bien me quiere me dieron la solución alternativa. La realidad es que no me he emborrachado de matemáticas. Me dejé el cubata en la barra y me echaron lo que sea. Ha primado en estos últimos dos años el trabajo al disfrute, en una carrera que se hace por pura vocación intelectual. Lo que me echaron en el cubata: convicción de lo contrario, de que trabajar se impone a todo.
En medio de horas de trabajo en que mi máxima aspiración durante un tiempo, única más tarde, era sacar las asignaturas decentemente, perdí esa capacidad para el gozo sutil. Tenía que acabar. Así que sí, terminaré un año más tarde la carrera
para poder hacer menos asignaturas y tener tiempo de sobra para disfrutar de todas, de los docentes, de los libros y de mi curiosidad. Es increíble lo convencidos que podemos llegar a estar de que la felicidad no es para tanto. Creo que lo de “la felicidad son momentos” es algo que puede hacer mucho daño. Estar feliz una vez al mes es estar feliz un momento. Creo que nadie se extraña si, pese a ser feliz una vez al mes,
una persona afirma no ser feliz. La felicidad son momentos, sí, pero la sensación de ser feliz no tiene por qué ser momentos. Llámalo satisfacción, llámalo alegría. Contando con la brevedad de lo que somos y la insignificancia que practicamos, no deberíamos dudar a la hora de preferir la felicidad antes. La felicidad alegre, no la felicidad instantánea. Porque no puedes preferir ser feliz un momento. Es como preferir que llueva, o preferir el invierno al verano. Ser feliz alegre, feliz satisfecho, eso es algo que puedes buscar. Honestidad, perspectiva y optimismo son las lentes mediante las que suelo encontrarlo. Honestidad con uno mismo, conocerse. Perspectiva, objetividad para ver qué ocurre. Optimismo, ilusión porque todo salga bien y albergar solución.
Prefiero ser feliz y tardar un año más en terminar la carrera, igual que preferiría ver a mi hermana feliz por las columnas de humo a imponer mi criterio. Me someto a la volubilidad de ser uno mismo. No es tarea fácil. Hace falta valor para llevarse la contraria, y entereza para soportar el envite de uno mismo, que normalmente, suele ser devastador.
Alberto Puntas.
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