Que se callen si no tienen nada bueno que decir. Guarden silencio, porque lo que dicen me oprime. Guardénse esas opiniones sucias, intolerables. Vuelen esas palabras en dirección al horizonte, y solo se dejen pronunciar cuando lo alcancen. Párese lo pronunciado en la punta de la lengua y veáse martirizado el osado opinante de sentir que se le olvida constantemente la bazofia que iba vomitar. Malditos los acríticos, que por cerebro tienen un túnel que conecta vía directa las orejas con la boca. Les huele la boca a cera y debajo de la lengua llevan la pastilla del silencio propio.
Pero no. Cállense los que mandan callar. Quédense paralizados en seco los que se sientan con la seguridad del juicio certero. Aquellos cuya crítica es mordaz y cercenadora, que cortan el ambiente con lengua bífida y venenosa. No griten tan alto desde la atalaya de una moral comprada, pues apenas les veo de insignificantes que se hacen. Apenas les oigo de lo tontos que se vuelven.
La vacuna es exponerse de manera inocua al peligro para estar preparado cuando llegue. Libertad de expresión, esta es la vacuna contra ambos imbéciles. No sin haberlos escuchado habría concluido yo que a ambos les huele el aliento al de al lado. Que tienen los paluego de los de arriba en sus muelas. Que les crece a ellos en las orejas pelo de las narices de quien les susurra desde la pantalla.
Debe de ser pesada la carga de pensamiento desentendido que pertrecha las peroratas de los balcones y las cacerolas. Así como la grasa pesa más que el músculo, el pensamiento pesa más que la máquina de pensar. Es así como les pesa la cabeza, gritones, ordinarios, pues solo en eso son superiores y no en cosa otra. Les pesa la cabeza, porque cuenta por dos: la suya es el recipiente, y la de dentro es de otro al que le pesa menos por haberla repartido en todos los que estuvieron ahí para verlo con oídos sordos y escucharlo con ojos ciegos.
Gracias por darme de qué pensar, que sin esta vacuna estaría desprovisto de escepticismo para callar cuando no hay quien escuche, paciencia para esperar a que otra cabeza única me preste un poco de su esperanza. Libertad de expresión, y no silencio es lo que me lo ha permitido. Quede constancia de ello aquí.
Alberto Puntas.
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