Extracto de quietud.

 


En una ocasión fui a pasar todo un día en silencio, acompañado, practicando mindfulness. Esta disciplina, extraída de la espiritualidad budista y transportada a la ciencia (o cienciología) occidental, habla sobre el desapego y la presencia del ahora. En aquel entonces me vino fatal, porque la quietud de mi yo observador me era agradable y tolerable cuando practicaba en compañía. La práctica se basaba en estar quieto, con los ojos cerrados en la posición del loto, asumiendo que pensamos, y que este movimiento no es propio sino ajeno. Lo propio es la observación, y en esa medida aceptamos que los pensamientos pasan como imágenes generadas por un yo desconocido que habita al fondo de la sala de nuestro pensar. Al practicar esto en compañía, decía, me sentía pleno, en ocasiones transcendía y me olvidaba incluso de donde estaba. Era al practicarlo en mi casa cuando venía el problema. La quietud, en soledad, me generaba angustia. El sentimiento de pertenencia a un grupo de similares me hacía aceptar que lo que hacía estaba bien y era correcto. Pero al llegar a casa y practicar, mil dudas asaltaban mi mente en la soledad y la quietud del silencio. La soledad nos desprovee de la justificación de la masa, porque la mayoría de decisiones que tomamos se rigen no por la crítica, el criterio o la razón, sino por la tranquilidad de que, a nuestro alrededor, abundan decisiones similares. Es eso lo que nos da permiso para obrar con tranquilidad.


La quietud del alma en el movimiento del cuerpo entonces se eleva al plano social. La quietud de la conciencia en el movimiento de las personas. Nos movemos, interactuamos y pensamos, y sin embargo hay una conciencia quieta, permisiones y prohibiciones no escritas, aceptadas por la ley de la generalidad, que conforman la quietud de la conciencia del individuo en el grupo entre el movimiento interno del propio grupo. Salta a la vista que pese al paralelismo de los conceptos el funcionamiento es bien distinto. Cabría preguntarse si nos sentimos bien aceptando la quietud del alma en tanto que esta entra en harmonía con la aceptación de la quietud de la conciencia. También habría que preguntarse como de quietas están el alma y la conciencia. Para mi son accidentales en el ser humano, que es sustancial y por tanto autoconcluyente, y están quietos desde la vista de lo humano, que es la única vista que poseemos. Por facilitar el entendimiento de lo que expongo, el coche está quieto cuando nosotros vamos dentro. Nosotros estamos quietos dentro del coche, que se mueve. Somos la misma persona en la playa que en la montaña, aunque en la playa estemos rodeados de otros que gozan de un moreno deslumbrante, y en la montaña estemos rodeados de labriegos con cuerpos fuertes y ánimo embrutecido. Nosotros permanecemos quietos en ese movimiento, y sin embargo nos adaptamos al ambiente, no por movimiento propio, sino precisamente porque permanecemos iguales a como éramos.


Así el alma permanece quieta, somos nosotros los que portándola le ofrecemos un ambiente distinto. Así, el alma en la quietud de la conciencia en la soledad se encuentra como un pez de mar en un acuario de agua dulce, y sin embargo la quietud del alma se vuelve plena y agradable en la quietud de la conciencia en sociedad. Es una quietud relativa, de la que nosotros nos hacemos cargo moviéndonos. 

Alberto Puntas.

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